Claro que lo hemos visto. Repentinamente hay un desacuerdo entre dos personas en la empresa y lo que sigue es una cadena de correos interminable, donde se copia a media organización, se eleva la discusión y no se llega a ningún acuerdo durante días (o semanas). Esta comedia la sazonamos con condimentos tales como hablar por la espalda, ocultamiento de información y descalificaciones. Nosotros como espectadores lo que nos queda es hacernos a un lado.
Todas las organizaciones tienen hábitos colectivos (un tema que seguiremos desarrollando a lo largo de varios artículos), y uno que hemos detectado de manera constante y tiene serios efectos en contra de la productividad es la falta de herramientas para tener discusiones efectivas. Hemos trabajado con equipos que han arrastrado problemas a los cuales ya les podrían prender velitas de cumpleaños.
Queremos compartir contigo los cinco errores que más se comenten al enfrentar una discusión en el trabajo, e incluso en relaciones fuera del mismo:
Asumir
Cada cabeza es un mundo. Esta frase es completamente cierta al enfrentar una discusión, pues aparte de la obvia diferencia en ideas, existe una tendencia a asumir el contexto de la otra persona. Si alguien llega tarde, sin preguntar, asumimos que es un desorganizado y que nuestro tema no le importa. Realmente no sabemos la razón que originó el error, pero en ese momento, es lo menos relevante.
Traer otros temas a la mesa
La discusión comienza por un desacuerdo, pero en menos de lo que canta un gallo ya tenemos una lista de situaciones pasadas que se convierten inmediatamente en reclamos y que de inmediato desvían el objetivo inicial hacia una lucha de egos y de capacidades de memoria: el que logre demostrar que el otro ha cometido más errores es el que gana. La discusión inicial no se resuelve, al contrario, se empeora.
Evitar la discusión
“Pues que haga lo que quiera…”
Sí, es una frase muy famosa. Con la intención de no “agrandar” los problemas, las personas deciden retirarse y tratar de olvidar el problema. Esto tiene consecuencias fuertes, pues el punto original nunca es resuelto y se generan actitudes de distanciamiento entre colaboradores que en muchas ocasiones terminan en ruptura de la relación (cambios de trabajo, guerra silenciosa, etc.).
Engancharse
“Ahora si me las va a pagar, va a ver con quien se metió…”
También es una oración que escuchamos con frecuencia. En ese momento, la solución de problemas cambia al plano visceral y deja el mental. Las reacciones son más del tipo de alerta, con la adrenalina a tope. En estas situaciones el raciocinio se apaga. Aparte de la incomodidad de explicar tan funesta reacción (que puede dejar a cualquier persona como sujeto de burla), la imagen que dejamos es de un control pobre de las emociones.
Simplificar el problema
A veces, con la intención de no discutir sobre un tema, existe el riesgo de simplificarlo al extremo. Se prefiere un acuerdo a medias, que no resuelve la situación, a una discusión. La prueba de que esta no es una solución adecuada radica en que si no fuera importante, no hubiera habido discusión desde un inicio. En general acuerdos tomados a la ligera generan mayores problemas en el futuro que, a su vez, generan mayores discusiones.
Discutir requiere el uso de herramientas que tú como líder debes aprender: dominarlas no sólo te ahorraran mucho tiempo al ser más efectivo resolviendo problemas, sino también te ayudará mejorar tu imagen.
Tú y tu organización pueden tener acceso a las herramientas que los mejores líderes utilizan. A través de nuestro modelo de madurez de la productividad hemos logrado impulsar las habilidades clave de colaboración y liderazgo con talleres como el de Discusiones efectivas.
Artículo escrito por:
Hugo García M.
Director ejecutivo de Un Día Extra